Me dejé convencer por 20 horas. Dejé que mi corazón pensara que era cierto, que mi imaginación volara con envidiable regocijo por grandes cielos, que mi ilusión devorase mis sueños, que mi deseo declarase al anhelo como el rey de mi existir.
20 horas duró ese mundo que aunque imperfecto, era mágico. 20 horas hasta que el martillo rompió el cristal. Lo rompió en pedacitos minúsculos. Una caída imprevista seguida de un miedo desesperado.
Ahora pienso, tirada en la cama, ahogando lágrimas. Con la necesidad de volver a sentir ese abrazo cálido que ya me abrazó, de escuchar esas dulces palabras que ya escuché, y que aquella sonrisa me contagie como ya me contagió... ahora pienso que no puedo volver el tiempo atrás, obvia realidad. Pero ¿quién no juega con esa fantasía? Y mi fantasia no es volver atrás para cambiar mi pasado. Yo sólo quiero revivir esos momentos y hacerlos eternos. Sólo quiero recordar qué se siente.