lunes, 17 de noviembre de 2008

Raspones de rodillas

Lloraba exageradamente. A mí me causaba gracia. Era su primer raspón de rodilla y esa situación hizo que me remontara a mi niñez.
Yo no era una persona tranquila para jugar. Corridas, tropiezos, caídas, saltos, risas y llantos se me vinieron a la cabeza rápidamente, y en ese momento la sonrisa se me instaló en la cara mientras miraba llorar a Nacho.
A mamá le pasó lo mismo.
“vos te caías, te lastimabas las rodillas y antes que pudieran curarse te volvías a caer y a lastimar en el mismo lugar”, dijo, y todos lanzamos las carcajadas.
Las carreras con Jona (mi compañero de aventuras, peleas y descubrimientos) al kiosco de la esquina eran muy frecuentes, y los tropiezos en el camino eran inevitables por los desniveles de la vereda (porque por la calle no podíamos ir).
Otro motivo de raspones y golpes fue el inolvidable árbol de granada! Si lo habré trepado!
La gracia era subir a la rama que estaba perfectamente en forma paralela al suelo y tirarse desde ahí. Los que eran más valientes se subían a la que estaba más arriba, un poco más alto que el techo, mientras que otros se colgaban de cabeza.
Nacho seguía llorando y yo seguía riendo. No por el hecho de que llore, sino porque sé que cuando sea más grande se va a acordar de eso con una sonrisa llena de historias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y...si!eso nos suele acurrir, en mi caso recibia muchos raspones por jugar a la pelota, parecia un varoncito, ja!pero ahora soy todo una mujercita y me dan mucha gracia esas anecdotas!
pobrecito nachito, como vos dijiste cuando crezca solo seran recuerdos graciosos!
besotes...sabri!